Gatillo fácil: a las buenas, o a las balas
4 de octubre de 2016
4 de octubre de 2016
Por Santiago Dacal Torrado (Diagonal)
La Coordinadora contra la Represión Policial
e Institucional cifra en 4.644 las muertes a manos de la policía en Argentina
desde 1983 hasta hoy
Es 28 de
junio de 2003. Hasta entonces nadie sospecha que Rodrigo Corzo, de 27 años, se
va a convertir en uno de los más
de 4.000 casos de violencia policial documentados
en Argentina.Dos estruendos reverberan en el cielo oscuro de esa madrugada de un invierno cualquiera en Buenos Aires, de esas donde no hay nadie en la calle, menos Rodrigo, que en ese momento cruza con el Renault 19 de su padre el puente de Santa Rosa, que conecta las localidades vecinas de Villa Tesei e Ituzaingó, para ir a visitar a su novia. También hay un patrullero de policía, siguiéndole. Y nadie más. O sí, pero eso se supo más tarde. Dentro del patrullero conduce Horacio Nuñez, inspector de
Uno de esos dos estruendos aloja consigo una bala de
Todo cambió porque nada cambia en Argentina. Podría hablarse de un caso aislado, o de un error, o de un exceso, o de cualquier otra excusa que justificase un asesinato. Pero parece que todo tambalea cuando son 4.644 –también entran aquí los muertos bajo detención o encarcelamiento– los casos aislados, los errores, los excesos, las excusas que justifican este número de asesinatos desde que la Coordinadora para la represión policial e institucional (CORREPI) empezara a recontar los casos en 1983. Incluso uno podría seguir manteniendo este argumento si 32 años después –sólo en los diez primeros meses de 2015– no hubieran otros 227 casos aislados. Es decir, 22 al mes. Cinco por semana. Uno cada 30 horas.
Puede haber desacuerdos entre los distintos expertos de organismos que se preocupan por este problema. Es lo que ocurre por ejemplo con Esteban Rodríguez Alzueta, sociólogo integrante en
Independientemente de en qué ADN se encuentre esta violencia, ambos están de acuerdo en que dicha violencia no está de ningún modo compuesta por errores o excesos. En que “es una violencia rutinaria y no es caótica. Tiene una racionalidad y unas reglas”.
Cabe preguntarse entonces por qué el Estado mata de forma tan impune a los suyos –pobres– en los barrios –pobres– de Argentina. Y además lo hace independientemente del color político que gobierne. Pasó con Alfonsín (década de los 80), pasó con Menem (década de los 90), se disparó en
Tampoco cambia el perfil, que suele ser casi siempre el mismo: joven pobre de barrio humilde, morocho (moreno) y con una edad comprendida entre los 15 y los 25 años. Mayoritariamente ocurre en los barrios del conurbano bonaerense (45%), Santa Fe (12%) y Córdoba (8%), y a manos de las policías provinciales (57%).
Una de las claves del asunto
Cuando llegó, en 2001, una de las crisis económicas más devastadoras de Argentina y que en febrero de 2003 ya había dejado a un 57% de la población –20 millones de personas– por debajo de la línea de pobreza, se disparó el número de delitos (un 130% más desde 1990 hasta 2002), pero también este miedo al delito. Gabriel Kessler, sociólogo experto en materias de sentimiento de inseguridad, apunta en su último libro que en 1996 el miedo a sufrir un delito ocupaba la cuarta preocupación de los argentinos.
Para 2004 este miedo ya ocupaba la primera posición, superando por primera vez al desempleo: un 61% frente a un 75%, según el Centro de Estudios Nueva Mayoría. Es entonces cuando el estigma aparece más fuerte. Cuando ciertos sectores vulnerables son identificados rápidamente como un ente sospechoso, originado por un excesivo miedo al delito que acaba produciendo una legitimización colectiva e inconsciente de la brutalidad policial.
“Si yo te convenzo de la equivalencia entre cualquier morocho que camina por la calle con pinta de pibe de barrio con un delincuente que puede matarte o violar a tu madre, cuando el policía le mete un tiro en la espalda vos decís ‘un chorro (ladrón) menos. Si no me robó ya me iba a robar’”, dice Verdú.
Los fallos de la institución
El miedo no
sería suficiente para explicar la alarmante cifra de muertos a manos de Esta estructura militarizada equipara al delincuente a un enemigo peligroso, lo que acaba propiciando que se utilice la fuerza y las armas para aplacarlo. Al final, abatir delincuentes se convierte en una práctica rutinaria y aceptada dentro de las policías provinciales.
Esta militarización de la policía también permite que sea autónoma e independiente, lo que provoca que, una vez se haya producido el caso de violencia policial, la misma policía sea la encargada de llevar la investigación, lo que posibilita que se oculten, destruyan o directamente se creen pruebas para evadir
Los inspectores dirían que ellos empezaron a disparar porque estaba recibiendo disparos desde el coche de Rodrigo. Pero la posición corporal que tenía Rodrigo a la hora de recibir la bala en la espalda era incompatible con que fuera disparando por
Tampoco se hallaron restos de pólvora ni en el coche, ni en el
cuerpo, ni tampoco en la supuesta arma de Rodrigo. La versión oficial también
dijo que Rodrigo iba acompañado de otro hombre y que éste salto del coche en
medio de la
persecución. Que un hombre saltara de un coche que va a 30,
40, 50 km/h
–incluso más rápido porque estaban en una persecución– cerrase la puerta
mientras salta –todas las puertas del coche estaban cerradas– se levantara y
echara a correr, sin que el patrullero que iba perdiguiéndole pudiera hacer
nada para detenerle tampoco pareció muy plausible en el juicio.
La parte de
los acusados llevó dos testigos que supuestamente habían visto lo ocurrido y
que confirmaron esa versión. Uno era un verdulero, que al final reconoció que
él venía del baño cuando ocurrió todo y que no había visto nada. La versión del
otro testigo también se desestimó. El testigo habría escuchado la detonación de
las armas y él, taxista de profesión, habría podido diferenciar que una de
ellas era de un calibre 22, justo el arma que encontraron a Rodrigo. En el
mismo juicio se comprobó que ambos
testigos eran amigos de los policías.Es cierto que a Rodrigo se le encontró un arma en el coche. Pero en el juicio, el subinspector que disparó reconoció que el coche estaba “limpio” cuando lo inspeccionarion. Es decir, Rodrigo no tenía ningún arma, se la colocaron después. “Solana ahí se puso las manos en la cabeza mirando a su abogado porque sabían que estaban perdidos”, dice sonriendo Micaela, hermana de Rodrigo.
La justicia y Rodrigo Corzo
No hay
ninguna institución que controle los abusos policiales. Cuando hay algún caso
de abuso policial todo
queda dentro de
Es lógico pensar que si el poder judicial fuera intransigente con
los casos de violencia policial, los datos de asesinatos por la policía no
serían desde luego tan alarmantes. La pasividad
del aparato judicial permite
un sentimiento de impunidad en el policía que contribuye a que cometa un
‘exceso’ o ‘abuso’ en su ‘legítima defensa’. Según Correpi, menos de un 10% de
los casos llega a juicio. De los que llegan, muy pocos reciben una condena y,
de los que reciben una condena, ninguno la acaba cumpliendo en su totalidad.
Según Correpi, en el 90% de los casos el policía llega en libertad al juicio incluso acusado por la fiscalía de cargos que traen aparejados penas de prisión perpetua o de 25 años. “En cambio, si robas una cartera, que pueden ser cuatro años, vas a estar preso desde el momento del hecho”, dice indignada Verdú.
El caso de Rodrigo fue una excepción. Solana entró preso desde el momento del hecho a la espera del juicio, que se celebró en febrero de 2007 en el Tribunal Oral de Morón, casi cuatro años después. Tras desmontar toda la versión del acusado, el veredicto del tribunal fue dictar 16 años de prisión para Solana. Sin embargo, sólo dos años después la condena se rebajó a diez años y ocho meses. Gracias a la rebaja de condena, en unos pocos meses Solana cumplió las tres cuartas partes de la misma y salió en libertad condicional. Así fue como, en noviembre de 2009, sólo seis años y cinco meses después de asesinar a sangre fría a Rodrigo por un ‘movimiento sospechoso’, Solana ya cenaba en libertad con su familia.
Nunca se supo exactamente qué ocurrió antes de
esos veintiocho segundos, ni cuál fue la motivación de Solana para apretar el
gatillo de forma tan arbitraria. Sólo se sabe que hasta entonces Rodrigo era un
chico normal. Nada hubiera cambiado en la vida de Rodrigo si todo hubiera
cambiado en la
sociedad Argentina. Si uno no pudiese ser asesinado mientras
va a buscar a su novia por una simple sospecha. Porque cuando pasó lo de
Rodrigo Corzo llegaron muchos más. Todos del mismo modo. Pibes de barrio con un
estigma encima como una losa, dispersados en una sociedad adicta al miedo.
Bang. Una vez. Bang. Hasta 4.644 veces lo aprietan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario