Los usos del Rodrigazo
12 de marzo de 2014
12 de marzo de 2014
Gastón Ramirez
Economista, docente de la UNJu.
El agotamiento del esquema económico ha impulsado
la comparación de la situación actual con otras crisis de tiempos recientes.
Entre ellas, la más recorrida es el Rodrigazo, en alusión al brutal ajuste
aplicado por Celestino Rodrigo, Ministro de Economía de Isabel Perón. Esta
caracterización se observa en todo el arco político1. En esta nota analizamos los puntos de semejanzas y
diferencias de la situación actual con la que precedió a los hechos de 1975,
así como discutimos los “usos” de agitar este fantasma durante el ajuste en
marcha.
Los hechos
En 1973 la “crisis del petróleo” aceleró la
recesión y la alta inflación que afectaba a las principales economías del
mundo, capítulo que terminó de marcar el final del boom de posguerra en las
potencias imperialistas. El alza de los precios del petróleo contribuyó en la
Argentina a acelerar el incremento de precios locales y erosionó la “inflación
cero” de José Ber Gelbard. La recesión de las economías ricas provocó una caída
drástica en las exportaciones, en particular de la carne, por el cierre de los
mercados europeos. El superávit comercial de 1.036,5 millones de dólares en
1973 pasa a un déficit de 985,3 millones de dó- lares en 1975. Al rojo en el
comercio exterior para la marcha de la economía se sumó el recorte en el
financiamiento externo, que empujó a buscar financiación del dé- ficit vía
emisión monetaria, lo que contribuyó a agravar la dinámica alcista de los
precios. La crisis en el frente externo redujo los márgenes del Estado para
actuar frente al conflicto social y la puja por sostener el salario real2.
A pesar que la CGT había aceptado en 1973 fijar el
salario por dos años, los sindicatos fueron presionados por las bases
descontentas por la elevada inflación (60,3 % en 1973; 57 % en 1974 y 182.8 %
en 1975), desatando conflictos permanentes. El ministro de economía Alfredo
Gómez Morales propone un plan de “estabilización” gradualista (una especie de
“sintonía fina”) que no logra eco en el gobierno y tampoco en la CGT y la CGE,
ni de los grupos concentrados de poder representados en la UIA y la SRA. Proponía un
aumento del 25 % del salario real, el cual fue rechazado por la CGT que exigía
un 38 %. La Argentina afrontaba nuevamente una crisis de “restricción externa”,
al igual que en los ‘50 y ‘60.
Estas crisis, similares a las de otras economías
dependientes y semicoloniales, se producía cuando la disponibilidad de moneda
mundial (dólar) que se obtenía a través del comercio exterior, las inversiones
extranjeras, o el crédito externo, caía a niveles insostenibles. Este faltante de divisas era (y es)
recurrente en la Argentina por la canasta limitada de exportaciones del país,
que contrasta con la amplitud en variedad y volumen de su demanda de productos
importados, para la industria y para el consumo. Además, un problema histórico
que se había empezado a manifestar en los años ‘30 y se hizo crítico desde los
años ‘50, eran las restricciones para el crecimiento de la producción agraria,
lo cual limitaba el crecimiento de las exportaciones, que además contaban con
mercados poco dinámicos. El resultado eran dificultades crónicas para hacer
frente al pago de las importaciones y de deuda externa.
Además, la creciente penetración de capital
extranjero creaba una demanda adicional de dólares por las remesas de sus
utilidades enviadas al exterior. Este desequilibrio entre oferta y demanda de
divisas desató una sangría de reservas y presionó a una devaluación. Esto ya
había ocurrido durante la gestión de Gómez Morales, que impuso una devaluación
del 50 %. Sin embargo, continuó la pérdida de reservas, que en dos años cayeron
un 53 % de 1.340,8 millones a 617,7 en 1976. La crisis de restricción externa
se veía agravada por el hecho de que esta ocurría en un momento de alta
inflación, que encontraba impulso tanto en la situación internacional como en
la disputa distributiva (entre trabajadores y empresarios, pero también entre
sectores de la burguesía).
Algunos autores que hacen una valoración positiva
del período de semi-desarrollo industrial por sustitución de importaciones
(esquemáticamente, 1930-1975), como Eduardo Basualdo, consideran que desde
finales de la década del ‘60 comenzaban a actuar los efectos de algunas
transformaciones importantes que trajo el segundo momento de impulso a la
sustitución, cuando de la mano del capital extranjero se desarrollaron varias
ramas de la industria pesada. Lo más importante, para estos autores, es que en
los ‘70 había comenzado a desarrollarse la exportación industrial y esto, junto
con el crecimiento de las exportaciones agrarias, eran según esta lectura las
bases para superar la restricción externa. No sorprende que autores que sostienen
esto pasen muy velozmente por el Rodrigazo, o directamente lo desdibujen en sus
análisis3, ya que desmiente este planteo. Planteo
que además soslaya importantes realineamientos entre las clases que estaban en
marcha desde el Cordobazo, pero que se aceleraban aún más con el
recrudecimiento de la lucha de clases bajo el gobierno peronista, y que
empujaban a toda la burguesía a encolumnarse en apoyo a las políticas de shock
reestructurador. El violento cambio en la coyuntura internacional reflotó los
problemas de restricción externa y puso al desnudo al capitalsimo argentino
como un eslabón débil del sistema mundial. El ensayo sustitutivo quedaba
abortado por no poder superar sus contradicciones económicas, pero además por
perder su sustento de clase y del propio peronismo que aplicó el shock.
El derrumbe de las exportaciones agropecuarias puso en aprietos
al Pacto Social y sentenció al plan de ajuste gradual de Gómez Morales. Tras su
renuncia asume Rodrigo apoyado por López Rega, e implementa un brusco giro de
timón lanzando un paquete de medidas que significó un verdadero mazazo al
salario. La inflación en 1975 alcanzó
el 182,8 % y el paquete econó- mico dio rienda suelta a aumentos en las naftas
y el gas de entre un 30 % y 60 %, la electricidad (entre un 40 y un 75 %) y
fuertes aumentos en los productos de primera necesidad como el pan que pasó de 400 a 680 pesos, la manteca
de 4.350 a
8.200 y los quesos un promedio de 2.900 a 5.900 pesos. La devaluación del peso
osciló entre un 80 y 160 %. Se ajustaron los préstamos de los bancos contra la
inflación, las tasas de interés y el congelamiento de las paritarias. En el
caso de los salarios se plantearon topes, con un aumento del salario básico a
3.300 pesos, muy por debajo de la inflación de ese año. También se alimentó el
endeudamiento con el exterior. Al contrario de las expectativas del gobierno
que esperaba una parálisis y contención del movimiento obrero por la
burocracia, comienza un ciclo de huelgas que confluyen en un histórico primer
paro nacional a un gobierno peronista que dio por tierra con el Plan Rodrigo.
Ayer y hoy
Podemos decir que muchos de los elementos de esta
crisis se encuentran en la
actualidad. Una inflación con niveles cercanos a las tasas
mensuales del año ‘74 (antes del salto del ‘75). Un déficit fiscal en alza, que
se financia con organismos públicos y –cada vez más– con emisión monetaria. Por
último, sobrevuela nuevamente la amenaza de la restricción externa. Las
reservas récord de 52.190 millones en 2010 arrastran una fuerte caída de más de
24.441 millones (-46 %) a enero 2014. El doble superávit comercial y fiscal ya
no existe más. Aunque se mantiene el superávit comercial, este ya no alcanza
para afrontar todas las vías de salida de dólares, y el saldo de la balanza de
pagos (entrada y salida de dólares por actividades comerciales y financieras
con el resto del mundo) arroja saldos negativos desde 2011 provocando una
pérdida de dólares. El pago de la deuda externa, que ronda los 10 mil millones
anuales, complica más el panorama. Y durante los últimos años la importación de
combustibles consume la friolera de U$S 13.000 millones, como en 2013. Por su
parte, la inflación agrava la puja distributiva y los problemas fiscales para
Nación y provincias, estas últimas encaminadas hacia severas crisis fiscales.
Las crecientes dificultades en el frente externo, así como los efectos de la
inflación y la puja distributiva, en el plano cambiario, creando expectativas
de devaluación fuerte desde 2011 y disparando todas las medidas de control cambiario
y a las importaciones registradas desde entonces, son muestras de las
contradicciones profundas de una economía dependiente y subordinada al capital
extranjero. Todo esto empujó a la fuerte devaluación de comienzos de este año,
y todo indica que este no será el último de una serie de ajustes cambiarios
forzados.
Con
todas estas similitudes, podemos encontrar, sin embargo, algunos elementos
“moderadores”. Por ejemplo, al contrario del cierre del mercado europeo en
1975, los precios históricos de la soja y las buenas cosechas de trigo y maíz
le permiten al Banco Central un ingreso cercano a 30 mil millones este año, una
afluencia de dólares que el gobierno espera que se concrete para aliviar la
presión sobre el tipo de cambio. Aunque la balanza de pagos sea negativa, la
existencia de un superávit comercial considerable es un elemento que constituye
una novedad histórica y otorga algunos colchones, aunque claramente no
contienen el agotamiento. El nivel de endeudamiento en dólares es bajo en
relación al PBI (27 %); y, con un gobierno que no
para de hacer guiños al Club de París, al Ciadi, y que está avanzando en un
acuerdo para pagar generosamente la recompra de YPF a Repsol, no está
descartada la posibilidad de encontrar nuevas inversiones y financiamiento en
el exterior con el cual conseguir algunos dólares que alivien momentáneamente
la escasez.
Finalmente, un aspecto
no menor que distingue la situación actual, es el estado de la clase
trabajadora. Hoy el movimiento obrero llega al fin de este ciclo sin
acusar derrotas en vanguardia como en los ‘70 (Córdoba, Villa » Constitución,
etc.), aunque vive una profunda división estructural en tercerizados,
contratados, en negro, etc., que actúa como un impedimento para que pueda
expresar toda su fuerza social como entonces. Una década de crecimiento
económico le permitió obtener más de 3 millones de puestos de trabajo y una
dinámica de luchas por el salario y contra la herencia noventista de la precarización. La
burocracia sindical no cuenta con la fortaleza de entonces para actuar como
contención y desvío, aún siendo como fue arrastrada por los acontecimientos de
entonces. Hoy mantiene el desprestigio por el rol jugado en acompañar la fuerte
ofensiva patronal en los ‘90, por la ostentosa riqueza de vastos sectores de la
misma y porque se encuentra dividida en 5 centrales. Los sectores más lúcidos
de la burguesía tienen presente la contundente respuesta que dio la clase
obrera al ataque de Rodrigo, y la fuerte recomposición que registra el
proletariado en la última década. Dada la debilidad del gobierno (y la
impotencia de toda la oposición), un ataque duro podría provocar un rápido giro
que despierte una respuesta del movimiento obrero que deje al gobierno en una
debilidad extrema. Por eso, en lo inmediato, prácticamente todos los sectores
patronales coinciden en apostar a que funcione el plan que finalmente está
encarando el gobierno. Esperan que esto, junto con otras señales dadas, retomen
el sendero de la “sintonía fina” prometida en 2011.
Un fantasma que agita la burguesía
Hoy, ¿qué rol juega la amenaza de un Rodrigazo? Una
lectura tradicional lo identifica con una catástrofe económica cuya causa
principal estaría en los reclamos “desmedidos” de salarios, que habrían
acelerado sin solución la inflación y creado todo el descalabro económico que
llevó posteriormente al golpe de 1976. Se oculta el hecho de que se trató ante
todo de un ataque en toda la línea, una plan de ajuste por parte de un gobierno
peronista cuya base “residía en hacer recaer el peso de este sobre los
asalariados disminuyendo abruptamente su poder adquisitivo mediante incrementos
en precios”4 . Esta fue la última carta del gobierno de Isabel y aparece como
la antesala de un plan integral de contraofensiva sobre el movimiento obrero
que se termina de plasmar con el golpe. Por eso, el Rodrigazo es un hecho
“irreductible” a una serie de medidas económicas. Solo velando estos elementos,
pueden pretender sembrar el pánico en la clase trabajadora y lograr que ante la
incertidumbre se limiten los intentos para enfrentar el ajuste sobre el
salario. Contrario a este balance, lo que puso en evidencia el Rodrigazo es la
fuerza que tiene la clase obrera para, si supera la contención de la
burocracia, torcerle el brazo al ajuste. El paro nacional del 7 y 8 de julio
fue una acción de masas histórica que desbordó a la burocracia y presionó desde
las bases para que de hecho se diera la huelga. La vanguardia obrera dio un salto en sus
pasos de ruptura con los dirigentes burocráticos y creó organismos de base alternativos,
las coordinadoras interfabriles, que jugaron un rol central durante la huelga,
logrando la homologación de los convenios colectivos de trabajo y aumentos del
180 %. Esta respuesta contundente puso de relieve la
seria amenaza que constituía la clase trabajadora frente al poder burgués. Sin
embargo, este nuevo resurgir obrero fue el punto más alto y sobre el final de
un ciclo de enfrentamientos entre las clases iniciado por el Cordobazo. La
falta de una dirección revolucionaria capaz de utilizar el triunfo contra
Rodrigo para preparar la caída de Isabel y conquistar un gobierno de
trabajadores, le dio un tiempo precioso a la burguesía que aceleró los
preparativos del golpe. En el fin de ciclo en curso están inscriptos crecientes
ataques como también grandes respuestas de masas. En el delimitar las
convergencias y divergencias y sobre todo los tiempos de los distintos momentos
históricos, se juega una de las claves en el camino de preparar una
intervención política que dé vuelta la historia.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/wp-content/uploads/2014/03/12_14_remy.pdf
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