Las necesarias marchas
de la dignidad
Por Vicenc Navarro (Publico.es)
Durante este
fin de semana, más de dos millones de ciudadanos procedentes de todos los
pueblos que constituyen España confluyeron en Madrid (donde está la sede
central del Estado español) para protestar contra un Estado que no les
representa y que está imponiendo unas políticas públicas a la población que
están dañando enormemente el bienestar y calidad de vida de las clases
populares, sin que exista ningún mandato popular para que se realicen (puesto
que no estaban en el programa electoral de los partidos gobernantes), y, por lo
tanto, carentes de legitimidad democrática. Tales políticas de austeridad y
reducción, cuando no eliminación, de derechos sociales, laborales y políticos,
han respondido a las instrucciones de la Troika (la Comisión Europea,
el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional), dominada por
intereses financieros que configuran unas políticas que benefician
predominantemente a la banca junto a otros establishments financieros, así como
a grupos económicos, mediáticos y políticos que, en la práctica, gobiernan el
país. El Manifiesto de estas marchas representa un documento de denuncia a este
Estado, denuncia procedente predominantemente de las clases trabajadoras de las
distintas partes del país que constituyen el eje de la España real,
pluricéntrica, laica, democrática, con una diversidad social y nacional que la
enriquece, unidas ahora frente a un Estado que domina y asfixia a los distintos
pueblos de España.
Predeciblemente,
el gobierno del Partido Popular, el más reaccionario de los existentes en la Europa Occidental
y uno de los más corruptos, con una sensibilidad política que, según el
panorama político europeo, corresponde a la ultraderecha, está desmontando el
ya escasamente financiado Estado del Bienestar español, redistribuyendo la
riqueza a favor de los poderosos a costa de las clases populares, y reduciendo
incluso más la calidad del sistema democrático español, ya en sí muy
insuficiente debido a la Transición inmodélica de la dictadura a la democracia
que se hizo bajo el enorme dominio de las fuerzas conservadoras, herederas de
las que controlaban el Estado dictatorial. El partido gobernante, continuador
de estas fuerzas, carece de sensibilidad democrática y está recentralizando y
empobreciendo (de un modo nunca visto antes durante el periodo llamado
democrático) su Estado del Bienestar, todo ello al servicio de unos intereses
financieros y económicos minoritarios y particulares, y a costa de los
intereses generales de la población.
La
denuncia del Estado resultado de la Transición, punto central de las marchas
Las Marchas
de la dignidad denunciaron estos hechos, exigiendo una democracia real, con el
desarrollo de instituciones representativas junto a formas de participación
directa de la ciudadanía, incluyendo el derecho a decidir de los pueblos. Esta
es la España popular y republicana, heredera de todas las luchas que hicieron
posibles los avances políticos y sociales del país y que se expresaban a lo
largo del territorio español a través de movimientos sociales que gozaron y
gozan de gran apoyo popular. La enorme simpatía y apoyo que las marchas tuvieron
a lo largo de estos días (ignorados por los medios),
reflejan claramente el sentido popular.
El otro
partido al que el sesgado sistema electoral convierte, junto con el PP, en
partido mayoritario, es decir, el PSOE, respondió a las marchas de manera
distinta según cuál fuera la posición jerárquica de cada miembro en el aparato
de aquel partido. Sus bases populares apoyaron en su mayoría las marchas, las
denuncias que realizaron y las demandas que exigieron. La dirección y las
élites gobernantes del partido intentaron, de forma oportunista, apoyar la
marcha, olvidando, sin embargo, que las marchas los incluían en su denuncia,
pues muchas de las políticas que denunciaban se habían iniciado durante su
mandato, incluyendo el cambio de la Constitución que exigía como primera
prioridad el pago de la deuda, una deuda escandalosamente alta como
consecuencia del comportamiento especulativo de la banca, favorecida, por
cierto, por las políticas del Banco de España, como toda la evidencia
científica existente muestra. Es extraordinario que la dirección del PSOE no
haya hecho ninguna autocrítica del gobierno socialista presidido por Zapatero,
uno de los presidentes más impopulares (en el momento de su retirada) que haya
tenido España, siendo uno de sus vicepresidentes el que ahora es el actual
secretario general del partido, una situación que no variará con un nuevo
cambio de personajes, pues la mayoría de posibles sucesores fueron parte –a
distintos niveles– de aquel aparato, compartiendo sus políticas.
Como era de
esperar, la hostilidad por parte del gobierno PP y las declaraciones de
adhesión (oportunistas) del equipo dirigente del PSOE han sido las notas más
visibles en los medios de
información y persuasión del establishment español que, además de ignorar el contenido
del manifiesto (el documento más importante que se ha escrito en estos últimos
años y que marca una pauta de cambio en las fuerzas progresistas del país), se
han centrado en los actos violentos ocurridos, los cuales han sido sumamente
minoritarios y han favorecido que se desviara la atención mediática hacia la
periferia, dejando de lado lo esencial de las marchas.
El
significado histórico de las marchas
Estas
marchas, unas de las más grandes que hayan tenido lugar en Madrid, tal como han
indicado muchos medios extranjeros,
son un movimiento histórico que establece un antes y un después. Eran la España
real, la España de los distintos pueblos, hermanados en su denuncia de un
Estado que no es su Estado, que es un Estado impuesto a la población, que ha perdido
legitimidad, y que ha vendido su soberanía a los intereses financieros y
económicos que continúan optimizando sus intereses a costa de los de las clases
trabajadoras, que están sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de su
codicia. Estos más de dos millones, y muchos otros que les vitorearon durante
las marchas, están de acuerdo con el eslogan del 15M “no nos representan”.
Ellos son los herederos de la España republicana que luchó por la democracia y
la justicia social durante la
II República, que los golpistas fascistas interrumpieron con
un golpe de Estado que triunfó gracias a la ayuda del nazismo alemán y del
fascismo italiano, sin cuyo apoyo jamás habrían vencido. Son también los
herederos de los que lucharon en la resistencia antifascista contra la
dictadura, una de las más crueles que existió en Europa en el siglo XX (por
cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió diez mil), y son
también los herederos de los que con su continua presión han ido mejorando la
tan insuficiente democracia española. No es por casualidad que el mismo
gobierno, el mismo Estado y el mismo establishment político y mediático del
país que están imponiendo las políticas que generaron las protestas, y que
niegan a los pueblos el derecho a decidir, sean prácticamente los mismos que
diseñaron en su día un sistema electoral que es escasamente proporcional y que
permite que un partido que solo consiguió el apoyo del 30% del voto del censo
electoral tenga mayoría absoluta en las Cortes españolas. Representan las
mismas fuerzas que han sido responsables del enorme retraso social de España, y
son los mismos que ahora quieren reprimir físicamente y psicológicamente a las
voces críticas que, con dignidad, les muestran lo que son: los herederos de
aquellos que dominaron la dictadura y la Transición.
El
agotamiento final de la inmodélica Transición
Estas marchas
y su composición muestran claramente el agotamiento y fin de la inmodélica Transición,
simbolizada por la muerte de uno de sus protagonistas, Adolfo Suárez, en las
mismas fechas en las que han ocurrido las marchas, y que, veremos, será
utilizada por el establishment españolista para poder promover una idealización
de la Transición para neutralizar la popularidad que hoy tienen los críticos de
dicha Transición, incluyendo las marchas del 22M.
De ahí la
enorme importancia de unas de las mayores marchas que se han visto en la
capital del Reino (que contó, por cierto, con una gran simpatía y el apoyo de
las clases populares de la ciudad de Madrid), que mostraron las enormes causas
comunes existentes entre los distintos pueblos de España frente a un adversario
común. El respeto y la estima por la diversidad no dificultaron, todo lo
contrario, facilitaron el espíritu de camaradería y hermandad de las marchas. En
la de Catalunya,
una de las mayores marchas, se pudieron ver los componentes más arraigados en
las clases populares, que compaginan sus luchas sociales con la defensa de la
identidad catalana (tales como los Yayoflautas, el Procés Constituent, la PAH,
y otros), y que no tienen porqué dividir y separar, sino, todo lo contrario,
aunar al pueblo catalán con los otros pueblos de España, con los cuales hay
tantos lazos de hermandad, no solo por los lazos familiares, sino también por
una lucha común frente a este Estado que, para máxima ofensa, definió y todavía
los define como la
anti España. Es obsceno que las derechas, que están haciendo
tanto daño a los distintos pueblos de España, se presenten como las que
representan a España. Ellas, que han vendido la soberanía a la Troika, como
antes la vendieron a Hitler y a Mussolini, se presentan como las defensoras de
España.
Pero el reto
ya no son ellas. Su comportamiento es coherente con toda su historia. El reto
es continuar esta unidad, dentro de la diversidad, para conseguir un nuevo
sistema democrático en el que los intereses particulares queden supeditados a
los generales, con una alianza de todos los movimientos sociales y partidos
políticos para establecer una democracia real en la que el derecho a decidir, sea
al nivel que sea, se convierta en la práctica común del sistema. Y las marchas
del 22M, continuadoras del 15M, son los inicios de este cambio.
Vicenç
Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad
Pompeu Fabra (www.vnavarro.org)
Fuente:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=182633
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