8 de agosto de 2016

Otra alternativa a la IIRSA desde necesidades e intereses de los pueblos

Transiciones hacia un nuevo regionalismo autónomo*
febrero 2013

 
Por Eduardo Gudynas**
Agradezco las discusiones desarrolladas en el Grupo Permanente de Trabajo,
 especialmente los comentarios recibidos de
Edgardo Lander, Javier Gómez y Klaus Meschkat al presente texto.

Desde una perspectiva global, América del Sur sigue siendo una gran proveedora de materias primas. Para muchos, ese papel tiene consecuencias muy positivas, en tanto los altos precios de esos productos y la demanda sostenida permiten mantener el crecimiento económico. Pero también es cierto que esos estilos de desarrollo encierran serios impactos sociales, económicos y ambientales, y que, por ahora, siguen sin resolverse en su esencia los problemas de pobreza, marginación o violencia en el continente. Esas y otras limitaciones motivan la exploración de alternativas frente a este desarrollo y, muy especialmente, frente al avance del extractivismo. No solo se busca reducir los efectos negativos, sino trascender la propia esencia de las actuales ideas dominantes sobre el desarrollo. Son, por lo tanto, propuestas de “alternativas al desarrollo”. El presente capítulo analiza la dimensión internacional de esas propuestas, en particular para el caso sudamericano. Se estudia cómo debería reordenarse la integración sudamericana y cuáles deberían ser las posturas ante la globalización, para permitir un proceso de reducción de la dependencia extractivista. Este es un abordaje indispensable para cualquier opción alternativa continental, ya que el contexto internacional impone condiciones que, por un lado, limitan esos ensayos alternativos y, por otro, refuerzan y reproducen las políticas convencionales. El enfoque de alternativas al desarrollo sigue el marco conceptual del modelo de transiciones, presentado anteriormente (Gudynas, 2011), que incluye un conjunto amplio de medidas orientadas a erradicar la pobreza y detener la destrucción de la Naturaleza. Las secciones expuestas a continuación estudian estos componentes en América del Sur. Se insiste en la necesidad de construir un nuevo regionalismo autónomo y emprender una desvinculación selectiva de la globalización, donde varias secciones se basan, y se complementan, en un análisis reciente en Gudynas (2012). (…)

Dimensión internacional de las alternativas al desarrollo 
Las alternativas al actual desarrollo extrovertido y primarizado  requieren cambios sustanciales, tanto hacia el interior de los países, como en sus relacionamientos continentales y globales; por  lo tanto, dichas alternativas deben buscar superar, por ejemplo,  la dependencia extractivista, e incluir cambios en esas dimensiones internacionales. Las actuales políticas de desarrollo no están  acotadas al interior de cada país, sino que en todos los casos se  articulan, refuerzan y reproducen en contextos internacionales.  En ese sentido, si no se consideran esos contextos internacionales,  cualquier propuesta de alternativa será incompleta. Las propuestas que vienen siendo consideradas en los últimos  años se enmarcan en las llamadas “transiciones hacia alternativas al desarrollo”.
El concepto “alternativas al desarrollo” se contrapone al de “desarrollos alternativos”. Este segundo concepto  alude a reformas de distinto tipo que, sin embargo, mantienen la  esencia del desarrollo contemporáneo, entendido como progreso  lineal, modernizante, de base esencialmente material, centrado en la apropiación de la Naturaleza, mediado por la ciencia y la  técnica, y apuntan al crecimiento económico como generador  clave del bienestar. Desde esta perspectiva, el bienestar se logra  mediante ingresos monetarios y consumo. Una de las expresiones más claras de estas posturas se expresa en el extractivismo,  que se ha diseminado en casi todos los países latinoamericanos.  La apuesta por las explotaciones mineras, petroleras y los monocultivos es presentada como necesaria para aumentar las exportaciones, atraer inversiones y, desde allí, alimentar el crecimiento  económico. Es evidente que, en estos estilos, los componentes  internacionales son factores determinantes; esto es, las demandas  globales de materias primas o los flujos internacionales de capital. En cambio, las “alternativas al desarrollo” cuestionan el propio  concepto de desarrollo y abandonan esas posturas para transitar  hacia nuevas alternativas.
Consecuentemente, en esa búsqueda  se otorga un papel central a las salidas postextractivistas. Estas  alternativas deberán ofrecer medios para remontar las condiciones globales y, a la vez, generar un nuevo marco internacional que  las haga posibles.  Las transiciones hacia las alternativas al desarrollo que se discuten, en este marco, incluyen un conjunto diverso de políticas,  estrategias, instrumentos y acciones, en distintos planos, desde el  económico al social. Ejemplos enfocados en el postextractivismo  ya han sido presentados en otros sitios (por ejemplo, Gudynas,  2011). Estos son introducidos como “transiciones”, para reconocer, de esta manera, que deberán construirse en varios frentes.  Algunos de ellos tendrán que enfrentar obstáculos sustantivos  y necesitarán una amplia base de consenso democrático, en la medida que no pueden ser impuestos. Como ha sido discutido  en otros documentos, estas transiciones son, al mismo tiempo,  postcapitalistas y postsocialistas, y apuntan a que el bienestar  humano y la conservación de la Naturaleza recuperen su centralidad. Los cambios en discusión implican mucho más que un mero  redireccionamiento del comercio internacional o la industrialización, ya que defienden otros patrones de producción y consumo. Indiscutiblemente, uno de los aspectos a considerar es el contexto internacional. Las opciones de cambio deben encarar factores como los flujos de capital o los altos precios de las materias  primas.
Por ello, las transiciones hacia alternativas al desarrollo  requieren que su base conceptual ofrezca opciones novedosas  sobre integración regional y globalización. El abordaje internacional de estas transiciones se basa en los  siguientes postulados:  
1)      Los cambios nacionales deben ser coordinados entre conjuntos de países, para hacerlos posibles y asegurar su permanencia. La salida del actual patrón productivo, basado en el extractivismo y las exportaciones, requiere diversas estrategias y medidas nacionales, que implican desde altas y eficientes exigencias  sociales, ambientales y territoriales, hasta una reforma tributaria.  Para evitar que el país que aplique esas medidas quede aislado,  sufra de asimetrías o enfrente dumping social y ambiental desde  las naciones vecinas, es indispensable que los grupos de países  vecinos tomen el mismo rumbo. A su vez, las medidas de transición se sostendrán en el tiempo si se coordinan y armonizan en  el continente. 
2)      Recuperación de la autonomía frente a la globalización.  Dado que la globalización convencional encierra muchas de las  estructuras y procesos que imponen o condicionan el desarrollo,  es necesario recuperar las capacidades para desacoplarse de esa  subordinación. Factores como los precios de las materias primas, las demandas globales, la institucionalidad multilateral o las corporaciones transnacionales, son parte de esa globalización.  En ese sentido, un objetivo esencial debe ser alcanzar la autonomía  frente a la globalización, ser capaces de lograr desvinculaciones en  aquellas áreas en las que se considere necesario, y en los casos en  los cuales persistan los vínculos globales, que éstos sean de otra  cualidad y sirvan a otros tipos de estrategias. Este proceso se presenta aquí como una “desvinculación selectiva de la globalización”.  

3)      Transitar a un “regionalismo autónomo”, bajo una reorientación económica, productiva y comercial a escala continental.  Puesto que las transiciones que proponemos incluyen una reducción sustancial de la extracción de recursos naturales, es fundamental un reordenamiento productivo y económico, en el que  otros sectores adquieran mayor relevancia, en especial el agropecuario y la industria. Pero estos sectores deberían reordenarse bajo  una escala regional, para potenciarse, lo que demanda un nuevo  tipo de integración. Este nuevo regionalismo se basa en las aptitudes ecológicas y productivas de las distintas biorregiones en el  continente, su complementación, la estructuración de cadenas de  producción con eslabones compartidos entre los países, políticas  sectoriales supranacionales y otras medidas. En tanto es un nuevo  regionalismo, que además debe apuntar a desacoplarse de la globalización, se lo presenta aquí como “regionalismo autónomo”. A partir de este marco conceptual, en las secciones siguientes se exponen algunos de los componentes destacados de un  nuevo regionalismo sudamericano, para permitir las transiciones de salida al extractivismo. Como complemento, en la Tabla,  se presenta una selección de medidas específicas para lograr  estos cambios. (…)

En consecuencia, a 200 años es hora de percibir o conocer y tomar partido respecto a que nuestro destino de pueblos planetarios y de la Madre Tierra está siendo aniquilado por una minúscula minoría de la humanidad. Es hora de pensar en:
Transiciones hacia un nuevo regionalismo autónomo*
Por Eduardo Gudynas**

 (…)Cambios nacionales articulados con alternativas regionales 
Las transiciones hacia alternativas al desarrollo incluyen un conjunto amplio de medidas en varios frentes, que se deberían aplicar de manera coordinada entre ellas. Sobre la base de esa visión de conjunto, es posible comenzar el análisis que recupere, como ejemplo, algunas de las que son presentadas como medidas de “emergencia” y “urgencia”, para enfrentar cuanto antes las consecuencias más graves del desarrollo dominante actual. Éstas incluyen una aplicación rigurosa de las exigencias sociales y ambientales de los emprendimientos productivos, una corrección ecológica y social de los precios, y reformas tributarias sobre los recursos naturales.
 
Medidas de este tipo son postuladas para la transición del actual “extractivismo depredador” a un nivel sensato de actividades extractivas. Si estas medidas son aplicadas por un país, en forma unilateral, sus posibilidades de éxito son bajas, ya que fácilmente sería aislado de los flujos comerciales y financieros, varios emprendimientos productivos se mudarían a otros países, en búsqueda de exigencias más ligeras, y se reduciría el ingreso de inversiones. Estos y otros factores impactarían seriamente en la economía nacional. A su vez, países vecinos podrían flexibilizar todavía más sus requerimientos sociales y ambientales, para captar más inversores (aunque este tipo de dumping supondría mayores impactos sociales y ambientales). Por ello, es necesario que las medidas transicionales, como aquellas enfocadas en elevar las exigencias socioambientales o que internalicen las externalidades en los precios, sean llevadas adelante por conjuntos de países. Si esas mayores exigencias son defendidas por varios países, se reducen las opciones para las corporaciones transnacionales o los compradores globales y, en consecuencia, aumentan las capacidades de negociación para las naciones sudamericanas.
El problema radica en que una coordinación de exigencias “hacia arriba” es casi imposible en los actuales marcos regionales. Los gobiernos, en general, están flexibilizando sus requerimientos “hacia abajo” y, como consecuencia, los bloques regionales en sus dinámicas actuales, no pueden revertir ese proceso. Por lo tanto, es indispensable generar un nuevo tipo de integración regional, que permita instalar altas exigencias sociales, económicas y ambientales, en conjuntos de países. Esto incluye la coordinación y armonización de los requerimientos, procedimientos equivalentes de monitoreo y control, y canales adecuados de acceso a la información y participación. Entre las medidas más urgentes, se encuentra el establecimiento de estándares sociales y ambientales mínimos regionales, para la explotación minera o petrolera. Este tipo de coordinación también debe prestar especial atención a las zonas de frontera y las cuencas compartidas entre países. Diversos emprendimientos extractivistas de alto impacto se ubican en esas zonas (es el caso de la minera Pascua Lama, en los Andes de Argentina y Chile), o bien existen impactos transfronterizos (por ejemplo, las represas brasileñas en el río Madera afectarán a Bolivia). Estas medidas transicionales se deben complementar con otras que, a su vez, pertenecen a otros campos. Así, es necesario recuperar las capacidades de regulación y control sobre los flujos de capital, no solo en cuanto a sus destinos productivos, a fin de superar el actual énfasis extractivista, sino para evitar usos especulativos. Este objetivo también debe ser realizado de forma articulada por grupos de países, para evitar que cualquier nación quede aislada. Las actuales instituciones financieras regionales son la base para estos cambios, ya que manejan importantes financiamientos, muchos de ellos, de capitales propios del continente; no obstante, dichas instituciones deben abandonar sus actuales prácticas convencionales y optar por otras más transparentes, enfocadas en proyectos que cumplan altos estándares sociales y ambientales, de largo plazo, mejor articulados con las políticas públicas, etc.
Un nuevo regionalismo para recuperar la autonomía
Las medidas transicionales que se ejemplificaron anteriormente, expresan, tanto en sí mismas como en su conjunto, una perspectiva conceptual muy distinta a las ideas prevalecientes de un “regionalismo abierto”, en el que la integración continental es un proceso que ofrece mediaciones para adentrarse en la globalización. Esta última es una postura esencialmente comercial, que otorga poca relevancia a los aspectos socioambientales o a la intervención estatal. Es cierto que las posiciones sobre comercio e integración de muchos países son distintas; pero si se observa con atención, detrás de esas diferencias se encontrarán las coincidencias en el regionalismo abierto cepalino, en administraciones tan distintas como la de Chile o Brasil. Un esquema de regionalismo abierto y, en especial, los TLC (tratados de libre comercio, como los firmados por Chile, Perú y Colombia con EE.UU.), hacen imposible una transición hacia las alternativas al desarrollo. Esta incompatibilidad se debe a que ese regionalismo se enfoca en aspectos comerciales, no otorga la relevancia necesaria a los componentes sociales, ambientales y políticos, y no permite articular los sectores productivos de los distintos países, etc. Tampoco ofrece alternativas para lidiar con la globalización, sino que apunta a profundizar los vínculos con ella. Al contrario, las medidas transicionales que proponemos buscan cambios sustanciales en los componentes socioambientales y el desacoplamiento de la globalización. El regionalismo abierto no asegura marcos institucionales supranacionales que puedan servir para coordinar regulaciones socioambientales y la producción, y esto es indispensable para salir de la dependencia extractivista (Gudynas, 2005). El concepto alternativo defendido en las transiciones es el de un “regionalismo autónomo”. Resultó de los primeros análisis sobre alternativas en el Cono Sur, que estaban más enfocadas en el desarrollo sostenible (Gudynas, 2002). De alguna manera, se opone al concepto cepalino, pues subraya la importancia de la autonomía frente a la globalización. La integración continental debe organizarse de forma que contribuya a la autonomía, y esto implica organizar la economía y la producción bajo otras condiciones. Se busca romper con la dependencia global, ya que ésta es un factor clave en la reproducción de un desarrollo subordinado, y un impedimento para la generación de alternativas. Este nuevo regionalismo, asimismo, permitiría reducir las exportaciones de materias primas, por medio de reconversiones productivas compartidas entre distintos países. Esta es una estrategia regional muy distinta. Plantea que la apropiación de materias primas tenga como principal destino las necesidades y demandas continentales, y puesto que éstas son mucho más modestas que las actuales demandas globales, reforzaría la reducción extractivista. Así, la tasa de extracción de recursos sería menor y allí donde se mantiene, estos recursos podrían ser aprovechados por más largo tiempo a nivel regional. A su vez, esos recursos deberán estar directamente dirigidos a cadenas productivas, sean agroalimentarias como industriales, nacionales o regionales. Con esto, sería posible romper con el actual vínculo tortuoso de exportar a otros continentes enormes volúmenes de recursos naturales para, seguidamente, comprarles sus manufacturas. En el regionalismo autónomo se parte de una perspectiva territorial basada en biorregiones. Estas son entendidas como regiones delimitadas por atributos ecológicos, sociales y productivos, que cubren más de un país, y se expresan en las grandes escalas continentales; ejemplos son los páramos, el Altiplano, Chaco o Pampas.29 Cada una de estas bioregiones posee ciertas aptitudes productivas, entendidas como aquellas que resultan de las mejores opciones de aprovechamiento de los recursos naturales con los menores impactos socioambientales. En lugar de imponer usos productivos sobre la Naturaleza, bajo esta perspectiva es la producción la que se tiene que adaptar a las posibilidades ecológicas de cada biorregión. Sobre la base de estas condiciones, se pueden establecer complementariedades y articulaciones productivas entre las diferentes biorregiones. De esta manera, el regionalismo autónomo no rechaza el comercio internacional, pero lo reordena a partir de las complementariedades y articulaciones de la producción entre esas diversas biorregiones. La relevancia del comercio global se reduciría y aumentaría la proporción del comercio intrarregional. Paralelamente, la composición del comercio, bajo estas medidas transicionales, permitiría reducir drásticamente la proporción de recursos no renovables y aumentar la de alimentos y manufacturas. Sin duda, ese tipo de comercio, a su vez, estará limitado por sus costes energéticos y ambientales, e involucrará distancias menores. Bajo el regionalismo autónomo, los sectores productivos se organizan con eslabones o componentes compartidos entre los países. Su propósito es no repetir las asimetrías comerciales entre proveedores de materias primas y vendedores de manufacturas o bienes de capital. Expresado de otra manera, el papel de exportadores primarizados, como primer paso en cadenas globales de commodities o cadenas globales de valor, perdería su prevalencia; y, en cambio, se fortalecerían las redes productivas dentro del continente. Este nuevo regionalismo encierra varias consecuencias en distintos sectores. Las vinculaciones comerciales con otros continentes se reducen drásticamente, a medida que aumentan las complementaciones dentro de la región. Eso requiere contar con estrategias continentales en agroalimentos, y la soberanía alimentaria pasa a ser una meta regional antes que nacional. Los recursos energéticos se utilizarán regionalmente antes que globalmente; por ello, es indispensable contar, asimismo, con una política energética supranacional. (Véase artículo de Pablo Bertinat, en este libro.) Propuestas similares se pueden derivar para otros sectores, desde este mismo tipo de razonamiento. Así, el regionalismo autónomo tiene algunas resonancias con las ideas de autosuficiencia a escala nacional, o de “vivir con lo nuestro” (para utilizar palabras del argentino Aldo Ferrer, 2002), aunque en este caso, aplicadas a grupos de países. Finalmente, no hay que olvidar que estas y otras medidas indicadas anteriormente se complementan con aquellas explicadas en la sección anterior. La implantación de este nuevo regionalismo para apuntalar las transiciones hacia las alternativas al desarrollo impone cambiar las actuales posturas gubernamentales. Es necesario dejar atrás la insistencia en el papel de proveedores de materias primas. Para el efecto, será necesario coordinar la producción en varios sectores, entre varios países; y esto solo es posible con algún nivel de supranacionalidad. Ello supone dar un giro importante en las posiciones actuales que, aunque alaban la integración, rechazan las obligaciones supranacionales. Plantea desafíos, en particular para Brasil, ya que debería eliminar las medidas que reproducen relaciones de subordinación dentro del continente, para permitir la articulación de su industria con las de los países vecinos, y comenzar a negociar acuerdos vinculantes con sus vecinos.  (…)
 
Un necesario cambio de rumbo
Las alternativas al desarrollo, tal como se las entiende en el presente artículo, deben necesariamente superar las condicionalidades que impone la globalización actual, y para lograr esto deben ser construidas por conjuntos de países. En ese sentido, esta dimensión internacional es un componente indispensable para estas alternativas. Aquí se ofreció una breve revisión de distintos componentes en esas alternativas, que tienen implicancias directas en el escenario internacional. Estos componentes implican abordar diversos espacios, desde la coordinación y articulación de medidas nacionales con otras análogas en los países vecinos, un marco conceptual alternativo sobre el regionalismo, hasta una desvinculación frente a la globalización. Las distintas medidas se articulan entre sí para avanzar hacia la erradicación de la pobreza, mejorar la calidad de vida y garantizar la protección de la Naturaleza. Un proceso de cambios de este tipo debería permitir reducir las asimetrías entre los países sudamericanos, y encaminar la convergencia hacia un continente sin pobreza, que asegure los derechos de la Naturaleza. Un resultado inicial de las transiciones propuestas aquí desembocaría en una caída en el volumen de los recursos naturales exportados. La composición de las exportaciones también cambiaría y se reduciría la proporción de bienes naturales. En las primeras etapas, una meta alcanzable para la región andina es bajar del actual 85% a menos de 50%. Simultáneamente, los destinos también se modificarían: se reducirían aquellos extracontinentales, para enfocarse en los mercados continentales, en donde la proporción de comercio intrabloque –que en el caso de los países andinos no supera el 10%– debería elevarse a más de 50%. A partir de los diferentes componentes examinados en las secciones anteriores, es posible derivar medidas concretas; algunas de ellas se presentan en la Tabla. Ese breve resumen muestra que existen muchas opciones posibles; varias de ellas se expresan en medidas concretas, por lo tanto, pueden ser implementadas rápidamente. Como puede verse, los cambios propuestos abordan no solo la extracción de recursos, sino el tipo de producción que se priorizará y cómo se la organizará regionalmente. Las transiciones postuladas en este capítulo, asimismo, forman parte de un cambio sustancial en el abordaje de la globalización. Ha prevalecido una mirada que considera la globalización comercial y financiera como un hecho positivo, lo que ha provocado limitaciones sobre los Estados-nación y las políticas democráticas nacionales (en buena medida, esto corresponde al “trilema” de la globalización de Rodrik, 2007).

La perspectiva que aquí se defiende consiste en fortalecer el entramado de las políticas democráticas para, desde allí, regular al Estado, al mercado y, con ello, a la inserción internacional. Está claro que esto demandará otro tipo de equilibrios entre los necesarios elementos de supranacionalidad y las particularidades de cada país. Es apropiado advertir que cualquiera de los aspectos internacionales analizados, por sí solos, no desencadenarán la transición alternativa; éstos son condiciones de necesidad o posibilidad de transformaciones que se deben operar también en otros planos, como las concepciones del bienestar, los patrones de consumo y hasta el propio ordenamiento político. En otras palabras, estas transiciones muestran las facetas internacionales en un programa de cambio radical de los actuales basamentos culturales, políticos y éticos. Bajo este propósito, la necesaria reformulación de la integración sudamericana no es un lujo para un futuro lejano y debe ser asumida inmediatamente. El estilo de desarrollo actual y, en especial, el dominado por un extractivismo depredador, se vuelven insostenibles en sus dimensiones sociales, ambientales y económicas. A su vez, la volatilidad y fragilidad de la globalización exige que los países de América del Sur comiencen a explorar estrategias de autosuficiencia y autonomía a escala continental. El continente posee todos los recursos y las capacidades para lanzarse a labrar su propio camino.
* Del libro “Alternativas al Capitalismo/ Colonialismo del siglo XXI
Fundación Rosa Luxemburgo
Grupo permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo.
1era edición: Fundación Rosa Luxemburgo/Abya Yala
Compilación: Miriam Lang, Claudia López y Alejandra Santillana Fundación Rosa Luxemburgo, Oficina de la Región Andina
Impreso en Quito-Ecuador, febrero 2013
**Eduardo Gudynas es ecólogo social, investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), docente universitario y colabora con distintas organizaciones sociales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores