De la lucha obrera al
empoderamiento feminista
18 de diciembre de 2018
Por Nahia Fernández
Vicario
Rebelión
A lo largo de estas últimas décadas estamos
viviendo una brutal ofensiva del neoliberalismo, cuyas consecuencias padecemos
incluso en nuestro entorno más próximo. Pero no olvidemos que el neoliberalismo
es un sistema económico y político que responde a una determinada lógica y
estrategia internacional que surgió en 1989. Aquel año, el denominado Consenso
de Washington proclamó a los cuatro vientos la fórmula “Más mercado, menos
Estado”. Las claves de dicha receta neoliberal eran las siguientes: un proceso
de privatización de los servicios públicos, y la flexibilización del mercado
laboral y de las condiciones de trabajo, con el fin de beneficiar a las
empresas (Alcañiz y Monteiro, 2016).
Esta tendencia, surgida en los EEUU y propagada posteriormente ala Unión Europea y a
muchos países del resto del mundo, se vio fortalecida por la crisis económica.
Los países del sur de Europa y del área mediterránea (Italia, Grecia, Portugal
y España) han sido los más perjudicados por la doctrina neoliberal; en el caso
de Grecia y Portugal, en la medida en que han sido rescatados sus gobiernos han
aplicado las medidas impuestas por la Troika. En el Estado Español, el rescate se
materializó únicamente en el sector de la banca, pero se aplicaron igualmente
las medidas de austeridad dictadas por la Troika (Mercedes Alcañiz eta Rosa
Monteiro, 2016).
El sistema de bienestar del Estado Español, al igual que el del resto de países del área mediterránea, es un modelo familiarista, cuyas principales características son las siguientes: marcada división sexual del trabajo, gasto público reducido, escasa participación de las mujeres en el mercado laboral, y la influencia dela
Iglesia Católica (Esping-Andersen eta Pailer, 2010; Silva,
2002; Tobío 2015, extraído de: Mercedes Alcañiz y Rosa Monteiro, 2016). Es, por
tanto, evidente que este modelo de Estado del Bienestar no posibilita la
paridad entre hombres y mujeres, y las medidas de austeridad adoptadas en el
Estado Español estos últimos años agravan aún más la situación. La
mercantilización de los servicios públicos, por ejemplo, ha traído consigo la
precarización de servicios imprescindibles o que el sector público deje de
ofrecerlos. Es el caso, por ejemplo, de los servicios relacionados con el
cuidado de las personas. Es de sobra conocido que son, sobre todo, las mujeres
quienes cubren los espacios vacíos que va dejando el Estado, debido a la
división sexual del trabajo. Dichos servicios han quedado en manos de las
mujeres, sea mediante el trabajo no remunerado que se realiza fuera del mercado
laboral, sea dentro de éste pero en condiciones cada vez más precarias.
Esta tendencia, surgida en los EEUU y propagada posteriormente a
El sistema de bienestar del Estado Español, al igual que el del resto de países del área mediterránea, es un modelo familiarista, cuyas principales características son las siguientes: marcada división sexual del trabajo, gasto público reducido, escasa participación de las mujeres en el mercado laboral, y la influencia de
La precariedad es la incertidumbre que provoca a la persona la
falta de una serie de condiciones materiales y simbólicas básicas necesarias
para vivir (Precarias a la Deriva, 2004), y está cada vez más extendida en
Europa y en el Estado Español, ya que las estrategias y las políticas
neoliberales provocan su expansión. Pero el fenómeno de la precariedad no
afecta por igual a todas las personas de un determinado territorio, y perjudica
especialmente a los colectivos más vulnerables: a la clase trabajadora, a las
personas migrantes, a la juventud y a las mujeres, entre otros (Tomeu Sales,
2016).
La feminización de la precariedad es fruto, precisamente, del citado fenómeno. La precariedad tiene rostro de mujer: peores condiciones de trabajo, mayor flexibilidad en el empleo, mayor inseguridad, jornadas parciales, conciliación del trabajo reproductivo y del empleo, brecha salarial… He ahí algunas de las situaciones, entre otras muchas, que precarizan el trabajo y las condiciones de trabajo de las mujeres.
La feminización de la precariedad es fruto, precisamente, del citado fenómeno. La precariedad tiene rostro de mujer: peores condiciones de trabajo, mayor flexibilidad en el empleo, mayor inseguridad, jornadas parciales, conciliación del trabajo reproductivo y del empleo, brecha salarial… He ahí algunas de las situaciones, entre otras muchas, que precarizan el trabajo y las condiciones de trabajo de las mujeres.
La división sexual del trabajo está en la base de la feminización de
Hay otro factor a tener en cuenta en esta situación: la visión sindical. La relación entre las organizaciones sindicales y las mujeres ha sido históricamente conflictiva. Los sindicatos han sido, desde sus inicios, ámbitos masculinizados en los que la presencia de las mujeres ha sido escasa. Al comienzo de la industrialización, en la mayoría de los sindicatos estaba prohibida la afiliación de las mujeres. Además en aquellas organizaciones donde no lo estaba la jerarquía era androcéntrica y la distribución de funciones profundamente sexista. Con el tiempo, la situación ha mejorado, pero los sindicatos siguen siendo ámbitos masculinizados, y la imagen simbólica del sindicalista sigue siendo la misma que la de la era de la industrialización: hombre blanco, adulto, heterosexual, trabajador de una fábrica y cabeza de familia (modelo breadwinner). Dicha simbología provoca que la mayoría de la clase trabajadora (mujeres incluidas) no se identifique con la imagen del sindicalista.
Así pues, en estos tiempos en los que van mermando los derechos
laborales y crece la precariedad, es evidente el escaso interés que suscitan
los sindicatos en buena parte de la sociedad. Pero además de la falta de
identificación de la sociedad con los sindicatos, quisiera subrayar también
otro hecho: la deriva de ciertos sindicatos a lo largo de estos últimos años y
la desconfianza que ello ha generado en la clase trabajadora. Algunos
sindicatos se han convertido en instituciones burocráticas y han optado por
dejar a un lado la confrontación sindical, convirtiéndose así en cómplices de
los gobiernos neoliberales. Todo ello ha provocado, cómo no, la desconfianza de
la clase trabajadora hacia todos los sindicatos.
Pese a todo, estos últimos meses y años han aflorado en nuestro entorno diversas reivindicaciones laborales alejadas del modelo de sindicalismo hegemónico y tradicional. Sucede que los conflictos que van aflorando últimamente se producen en sectores precarios, ajenos al modelo de sindicalismo tradicional. Buen ejemplo de ello son la lucha del colectivo “Las Kellys” en el Estado Español, así como la huelga de las residencias de Bizkaia, que analizaremos a lo largo de este trabajo, entre otros. Estas luchas que van asomando son, por lo general, feminizadas, y en este caso el sujeto está lejos del sujeto trabajador y sindicalista tradicional.
Además, a lo largo de los 378 días que ha durado la lucha de las trabajadoras de las residencias de Bizkaia ha sido evidente cómo ha ido calando durante el proceso el discurso feminista tanto entre las trabajadoras como en el sindicato ELA, soporte de
Con todo, son varios los motivos por los que me he decidido a analizar la lucha de las trabajadoras de las residencias de Bizkaia: este conflicto ha dejado patente la precariedad imperante en los actuales sectores feminizados, tal y como lo evidencian las condiciones laborales del colectivo. Se trata, además, de un servicio que, debiendo ser público, está subcontratado, con todo lo que ello conlleva de empeoramiento de las condiciones de trabajo. Esta situación refleja bien a las claras la tendencia neoliberal del sistema en el que vivimos: la privatización y la mercantilización de los servicios de cuidados, absolutamente imprescindibles. En pocas palabras, este conflicto refleja la lucha entre la vida y el capital.
Por otra parte, mediante este trabajo quisiera abordar la siguiente cuestión: ¿Ha habido empoderamiento feminista entre las mujeres que han participado en la huelga de las residencias de Bizkaia?
Considero muy interesante y novedoso que se haya producido un
proceso feminista en un modelo de sindicalismo todavía masculinizado, sobre
todo desde el punto de vista de las organizaciones que abogan por una renovación
sindical para buscar modelos más eficaces. Así pues, investigaré en este
trabajo los procesos y trayectorias que han ido surgiendo a lo largo de la
huelga para poder analizar si se ha producido o no un proceso de empoderamiento
feminista y, si la respuesta es afirmativa, para estudiar la naturaleza de
dicho proceso.
Y es que el ejemplo de la huelga de las
residencias de Bizkaia puede influir positivamente en futuras luchas sindicales
feminizadas. Una última razón por la que he decidido analizar esta experiencia
ha sido la de recopilar las enseñanzas y aportaciones de este proceso,
confiando en que puedan servir también a quienes trabajan para construir el
sindicalismo desde el feminismo.
Nahia Fernández Vicario es
trabajadora social. En el curso 2017/2018 del Máster de Estudios Universitarios
Feministas y de Género de la UPV/EHU realizó el trabajo de fin de master
“Bizkaiko erresidentziak borrokan! Langile borrokatik ahalduntze feministara”,
en el que recoge los testimonios de varias huelguistas de esa huelga que duró
378 días, para analizar si durante ese tiempo hubo empoderamiento feminista
entre ellas.
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