Comprobamos que no hay
antagonismo irreconciliable entre Lula y Bolsonaro. Sucede lo mismo entre
Cristina Fernández y Mauricio Macri. De modo que es fundamental la revisión
crítica de todos los gobiernos progresistas para reflexionar desde
otras perspectivas sobre cómo la democracia burguesa se está militarizando
intensificando su ejercicio del terrorismo paraestatal y estatal.
Haití fue el laboratorio para
la ocupación de Río por el Ejército
1 de marzo de 2018
El día 1º de junio del 2004, el gobierno de Lula aceptaba
la invitación realizada por la ONU para comandar las fuerzas militares
de ocupación en Haití, la llamada Minustah (Misión de las Naciones
Unidas para la Estabilización en Haití). La misión era, en realidad, la
continuidad de un golpe de Estado, perpetrado directamente por EE.UU,
que depusieron al entonces presidente electo Jean-Bertrand Aristide,
preso y deportado por marines hacia la República Centro-Africana.
Escribe
Diego Cruz
Desgastado por la malograda invasión y ocupación de Irak y Afganistán,
el entonces presidente de EE.UU., George W. Bush, recurrió a la ONU, a
fin de concretar la ocupación en el país caribeño. El gobierno de Lula
aceptó prontamente la oferta. Era una forma de agradar a Bush y, al
mismo tiempo, anhelar la tan codiciada vacancia en el Consejo de
Seguridad de la ONU, algo soñado por el gobierno, en esa época, como una
compensación por los servicios prestados al imperialismo.
Liderada por Brasil, la Minustah reunió
soldados de varios gobiernos “progresistas” de Argentina, Chile,
Uruguay, Bolivia, Paraguay, entre otros países. Trece años después que
los primeros cascos azules desembarcaron en la isla, escenario de la
primera revolución negra de la historia, la Minustah fue oficialmente
desactivada en el 2017, dejando un largo rastro de denuncias de
crímenes, como violaciones y asesinatos, además de una epidemia de
cólera, que acabó con la vida de al menos 9 mil haitianos.
Detrás del discurso humanitario, que justificó
la acción militar, estaba el interés de EE.UU de estabilizar la región,
para la actuación plena de las llamadas “maquilas”, fábricas de grandes
empresas extranjeras, que super explotan la mano de obra haitiana, con
un salario que, muchas veces, se resumía a la mitad del que ganaba un
obrero chino.
Para Brasil había un interés mayor. El envío de
soldados, para que actuaran en áreas urbanas de Haití, sería el
laboratorio perfecto para el posterior uso de las Fuerzas Armadas en el
propio país. Precisamente en Río de Janeiro. “[El envío de las tropas a
Haití] traerá (experiencia) para garantizar la ley y el orden interno,
un objetivo que yo diría que puede ser alcanzado”, declaró al periódico
Folha de São Paulo, en mayo del 2004, el general Américo Salvador, que
estaba listo para asumir el comando de la brigada brasileña.
Y fue eso
lo que hicieron los 37.500 militares brasileños, que pasaron por Haití,
durante el tiempo que duró la Minustah (además de 53 policías
militares). Entrenaron en situaciones reales de combate y probaron
equipos militares. Brasil no ganó el asiento en el Consejo de Seguridad,
pero aumentó sus exportaciones de armas para el país y quedó, aquí, con
miles de militares con experiencia en actuación en las favelas.
Como afirmó el investigador del Grupo de Estudios en Conflictos
Internacionales, João Fernando Finazzi, al Nexo Jornal, “las
intervenciones y ocupaciones de favelas, por parte de los más de 30 mil
militares y policías brasileños, que pasaron por la Minustah, posibilitó
el entrenamiento y perfeccionamiento de acciones de pacificación, que
después fueron implementadas en contextos similares, como en las favelas
cariocas, durante la Copa del Mundo y las Olimpíadas”.
Esa experiencia influenció directamente la política de las UPP’s (Unidades de Policía Pacificadora) en Río. La lógica partió de la creación de “puntos fuertes” en Cité Soleyl (mayor favela de Puerto Príncipe), a partir del 2015, o sea, la construcción de “fuertes” en medio de la comunidad, a partir de los cuales se establece un perímetro de seguridad, militarizado. La PM de Río, incluso, envió representantes para el acompañamiento de la operación. El propio gobierno de Cabral firmó un acuerdo de cooperación entre la PM y la Política Nacional Haitiana, con vistas a reproducir aquí esa experiencia.
Represión
Al
contrario de lo que tanto se divulga por aquí, la actuación de las
tropas no se resumía al combate a los “mercenarios”, pandillas o
paramilitares. La represión a los movimientos populares, incluso
movilizaciones estudiantiles y huelgas obreras, formaba parte del
cotidiano de las tropas en el país. Como afirmó el dirigente de Batay
Ouvriye (Batalla Obrera), Didier Dominique, al portal del PSTU: “en el
2008 y 2009, comenzaron a reprimir directamente a los obreros
movilizados, tanto en las fábricas como en las luchas más generales,
como en el 2009, contra el salario mínimo de miseria, que los burgueses
del sector textil y su gobierno reaccionario querían imponer”.
La represión de las tropas de la ONU se volvió
contra cualquier tipo de manifestación, incluso, contra protestas
estudiantiles. En el 2009, la Policía Haitiana y las tropas brasileñas
invadieron la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Estadual de
Haití y reprimieron brutalmente os estudiantes, apresando a varios de
ellos. Esta es la “estabilización” que la Minustah y los EE.UU. querían.
Durante años, el papel represivo cumplido por
la Minustah fue exhaustivamente denunciado por organizaciones como la
propia Batay Ouvriye y, en Brasil, por organizaciones como la CSP-Conlutas,
Jubileu Sul y el PSTU.
En Brasil
La
actuación del Ejército en las comunidades de Río no es una novedad. La
llamada GLO (Garantía de la Ley y del Orden), dispositivo que permite el
uso de las Fuerzas Armadas de forma puntual, autorizada por el
presidente de la República, fue utilizada durante la Copa del Mundo, las
Olimpiadas y la visita del Papa a Brasil, en el 2013.
En el
2007, las Fuerzas Armadas actuaron en el Complejo del Alemán,
experiencia repetida en el 2010. En el 2012, el Ejército ocupó el Morro
de la Providencia, para apoyar un proyecto del gobierno federal, en el
área. En esa ocasión, tres jóvenes, de la comunidad, fueron detenidos
por “desacato”, por los militares, y entregados a traficantes del morro
de la Mineira, controlado por una facción opuesta a la que domina la
Providencia. Los tres jóvenes, uno de ellos menor de edad, fueron
ejecutados.
El día 24
de mayo del año pasado, cuando se realizaba una manifestación en
Brasilia, contra el gobierno y sus reformas, enfrentó de forma tenaz una
salvaje represión. Temer firmó una GLO que daba poder a las Fuerzas
Armadas para reprimir.
La
intervención militar, decretada por Temer, no debe ser vista como un
caso más del Ejército en las calles. Se trata de una medida de
excepción, grave, y la mera intención de lanzar mano de mandatos
colectivos, busca mostrar como eso va a representar el aumento de la
represión contra la población de las comunidades de Río.
No fue por
casualidad que, el mismo general Augusto Heleno, quien comandó a las
tropas en Haití, haya sugerido que jueces sean llevados a las
operaciones, para que pudiesen, en el lugar, emitir mandatos colectivos
instantáneos, tal como fue hecho en el país caribeño. De la misma forma,
el general propone que sean flexibilizadas las leyes para los soldados,
en ese tipo de operación. Es, en la práctica, la carta blanca para hacer
lo que quieran, como fue el caso de los militares brasileños denunciados
por violaciones en Haití, que nunca tuvieron ningún tipo de
penalización.
La
intervención tiene, como telón de fondo, el desgaste político del
gobierno de Temer, ante una crisis profunda, un descontrol de las
instituciones, en un Estado prácticamente quebrado y, contando con la
experiencia de la actuación del Ejército en Haití, incluso, el riesgo de
una explosión social.
Traducción Laura Sánchez
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